Te has caído dentro de los lugares en donde los permisos son la opción,
al lado mío nunca te gustó esperar, nunca quisiste alzar la mano,
quizás no era tan importante la opinión.
Te llamaba la atención mi espalda, a mi me gustaba tu cadera,
tan pretérito lo que te cuento, que un verso y otro; se guardan y se archivan,
se seleccionan, se detestan, se miran.
Al tiempo se ponen sepia como si la memoria tuviere ojos,
y estos una gelatina ámbar...
Saben todavía que al uno le falta el dos, saben claro, que es poesía,
que nada quiere escapar. Aquí, ya no tengo preguntas de verano,
ya no puedo preguntarle a la señorita.
A ella ya no le importa que yo levante la mano.
Entre sus piernas quedó mi delicada manera de leerle Dolina,
se fue bailando en una balanza perfecta, suspendida como las bailarinas de Degas,
sumergidas en mi mente, silenciadas, en tintineos.
¿Estaba enamorado?, se piensa como piensa el hombre,
no me gusta decirle tarde, prefiero decirle luego,
se asombró de oir lo dicho,
diga. ¿De verdad?
Arreciada mi costa, he puesto las maderas por sobre los postigos,
me guardo en soledad, sentado o mudo, y busco donde sabe ella,
que se ríe sutilmente hacia la izquierda,
dónde la busco a ella, por qué y ella lo sabe.
Y claro. Después de la tormenta, pondremos cable y otra lona,
daremos más apoyo a los cimientos,
y dado que la noche me convence,
es propicio, que la invite a dormir sueños.
Sin contactos. Claro.
Es una chispa de bronca la que me pegó en el ojo,
aturdiendo las más disparatadas formulaciones...
Pero ella me corrió las manos de la herida,
como quitando un envoltorio emocionada,
y me dió tanto amor de un solo golpe,
que está sano lo que ayer que sangraba en llagas...
Y el final es claro abierto como el cielo,
tiene estrellas,
sensaciones
y la luna,
ruido a olas, viento austral, rocas dispersas,
intenciones, emociones, y familias,
y si acaso, acostándote; me abrumas,
tiene plumas de zorzal,
y voz plomiza,
porque todo el mundo cambia y se me tuerce,
al fijarme que mi diestra es tu sonrisa.
De Degás