Aunque de pronto me exijas que vuelva,
me mires profundo e indagándose me sueltes de lo que dicen mis labios,
leyéndote lo más ajeno y propio de la tierra,
como si la posta de la poesía épica que sigue,
tuviera identidad de luz y cielo.
Brincando. Un poco y un poco. Otro poco.
Como corderos por la pradera.
Como las fáciles gacelas del monte.
Arriba mi vara.
Lejano mi objetivo.
Cercana de mis manos, ahogándome en llantos.
Primero, a unas. Luego.
Mirando tu silueta disgustado.
Permitiendo que me guste lo habitual.
Influyendo sobre mí lo conquistado.
De la nada.
Exigiendo el monte para orar nuevamente.
Exigiendo la cumbre para cantar a granel.
Cantar. Cantar de los cantares. Libro complicado de leer.
Cantar. Cantar de los cantares. Libro fascinante de emprender.
De la nada.
El musgo que se limpió de tu corazón de costa de río,
tu piedra de inquietud servicial.
Y tu asiento, en la oficina fría.
Hoy con calefacción.
Un lugar de reunión en tus oídos.
Cuídate del mundo, es una canción,
montón de siluetas y escribo.
El mar, el bombo con platillo,
las zapatillas de lona y me voy.