cortaba el césped, anudaba la corbata, leía largos libros,
y al pasar la oportunidad,
no distinguía su botón de su anillo,
su paz de su almuerzo,
la razón de la partida de naipes.
Incluso los hombres le decían, eres fabuloso,
eres magnífico, pero leía grandes libros, escribía hermosas canciones,
hacía con muchísima facilidad cuál arte quisiera,
tocaba la medicina del niño con dolor cuando leía,
y al pasar la oportunidad,
no la distinguía.
Como si fuera un pez invisible,
una nube que volverá a ser cielo prontamente,
la nada quizás.
Así. Se silenciaba.
Cuando la oportunidad llegaba, tocaba trompetas el portal de la ciudad,
las luces de las calles se encendían, la vida se ponía a nuevo,
porque en todos la expectativa era comerla,
darle un beso en la mejilla, sobornarla,
quizás pedirle que se quede, a anquilosarse con los demás,
muriendo poco a poco hasta sentirse común,
el mientras tanto, jugaba con sus juguetes para adulto,
se decía enamorado por aquí o por allí,
la película se transcribía por dentro de sí,
queriéndose terminar de un golpe,
de un corte de luz,
oportunidad que tampoco distinguió y prendió una vela.
No le interesaba la novedad, para el hombre sabio las cosas no son nuevas,
simplemente se ocurren en el tiempo indicado,
como si la ocasión dispusiera del tiempo muerto,
este tiempo insípido y procaz que no se atreve
a ser al menos, oportunista con sus propias oportunidades,
renunciado al dolor, que provocó a ver perdido la chance,
que no distinguió, pues cuando ocurría la realidad,
él se estaba vistiendo después de ducharse.
El mundo pasó por al lado de él.
Abandonándolo.
Lo dejó solo.
Sentado.
El hombre que habría convencido a la multitud de sus oportunidades,
hoy habla a través de renglones que convencen a sí mismo,
de que la vida es más la vida sin el oportunismo,
que la historia no es vivir todos los días, sino llenar los vacíos,
los propios y los ajenos, de estos pozos que están, aquí,
tan llenos de palabras, tan inundados,
que asfixian a los que distinguen el tiempo en el que viven,
no deseando ni por un momento salvarse solos,
sino llevarse a una generación de hombres que aplauden consigo,
solamente para mostrar orgullosos su corona de conducta,
mientras la nueva oportunidad aparece,
mientras el hombre del que hablo, no abandona sus juguetes...
Pero hablo de un hombre que sabe,
no hablo de mí, ni de vos,
ni de mi padre.
Hablo del hombre que no vio la vida que lo parió.
Hablo del hombre que opinó.
Del que no hizo ni una vez de oportunidad.
Del que no supo ser trampolín de nadie.
Del que no se sometió a nada.
Solamente por no distinguir la palabra de su libro.
El verbo de su libro.
El amor de su libro,
en su libro.
El hombre que tuvo la Biblia en las manos,
y en esta no vio una nueva oportunidad.
Es el hombre que no se ha animado a nacer.
El desierto no es la soledad,
el desierto es la necesidad de caminar a solas,
o con Cristo.
Lejos de cualquier otro hombre.
Lejos de todo oportunismo.
Voy por mi última oportunidad.
Eli.