miércoles, 6 de junio de 2012

365

No se puede decir que has cambiado de forma,
seguís igual, pensativo, dispuesto, servicial
enigmático, inclemente, imparcial,
real, fugaz, perezoso,
tu mano derecha anhela un cuaderno,
un birome sencilla
mientras el mundo que te rodea compra oro.

Si hubieran sentido lo que yo sentí
viendo la montaña de dientes de oro
del pueblo hebreo en Auschwitz-Birkenau,
comprarías el pan y lo darías,
tendrías puestos los ojos en el perdón
como máxime valor de tu mercado.

Pero claro. El perdón no se vende,
se obtiene desde el cielo o no se obtiene.
Es un regalo. Es demasiado más valioso
que el sistema de las cosas que perecen.

Pero al detenerme frente a mis trescientas sesenta y cinco posibilidades,
cada una, en la fila de lo que voy a perder sin ganar,
sin capacidad de discutir qué pasó que ya no están,
sin ventanillas ni atención al cliente,
mi vida toma un valor significante,
y la tuya, lo mismo.

Pasa el tiempo.
El tiempo se nos pasa.
Cuando al cerrar los ojos,
te tomás de mi mano,
y mi voz persuasiva, cansada, satisfecha
suelte palabras como humo de una pipa,
habré dicho suficientes,
buenas noches, buenos días,
no erres.
Hermano mío, no erres.
Te hablo como Santiago habló a mis ojos.
Te lo pido con amor que es el depósito de mi fe.
Esta vez no erres.
Porque el que erra, a conciencia de su error repite historias,
el que erra renuncia al derecho de la paz,
el que erra deliberadamente no sólo está errando.
Está muriendo de a poco. Se está matando.
Luego vienen aquellos que estiman conveniente este retraso,
y la naturaleza se observa sin Dios,
inusual, agresiva, desolada.
Hasta que alguien se conmueve.
Hasta que alguien se quiebra y ora.
Pero vos.
Eternamente siempre tu mirada de presente,
sos todo lo que tengo.
Vos sos yo. Entrando y saliendo por mis delaciones,
encontrándome doblado.
Al abrazo que anunció mi odio al mercado.
A la piña de violencia tonta que en este sistema
en el que trabajo sin encajar,
en el que como sin alimentarme,
en donde la lucha de país en Patria me extenúa,
en donde a veces parece que siento que Dios no ayuda,
ni a los que madrugan.

Cuando clamo.
Porque doy. Pidiendo.
Al odio que le tomé al sistema y su rechazo,
poco de lugar que dejó la puerta en la ciudad,
donde las cintas que nadie habló son repartidas,
y el que tiene oídos para oír, simuló que no oía.

Viento. Porque el oro no convenció a mis ojos,
no te contrato. Te resisto y te hecho,
no te ato, te la pego desatado,
yendo al frente en este loco mano a mano.
En la libertad del pueblo hebreo,
del día después,
floreció mi pueblo desaparecido,
mañana,
en mis trescientas sesenta y cinco
oportunidades perdidas,
redimidas y multiplicadas...
En un extraño golpe de la vía que me salvó la ropa,
hubo cambio de atención y me vi ileso.
Si hubieran sentido lo que yo sentí
viendo la montaña de dientes de oro
del pueblo hebreo en Auschwitz-Birkenau,
comprarías el pan y lo darías,
tendrías puestos los ojos en el perdón
como máxime valor de tu mercado.
Pero claro. El perdón no se vende,
se obtiene desde el cielo o no se obtiene.
Es un regalo. Es demasiado más valioso
que el sistema de las cosas que perecen.









1 comentario:

claudio bincaz dijo...

Si hubieran sentido lo que yo sentí
viendo....
Cuantas cosas define esta frase!!!
Admiro la capacidad que de arriba te vino para expresar una idea desde tantas variables. No hay dudas que naciste para este tiempo!!!