Me podías decir que sí, que si te buscaba esta tarde, entendería el sentido del crecimiento...
Podrías mentirme, contarme que todoo es nuevoo, y que tu vida finalmente resplandece,
pero me decís la verdad y está muy cruda, me contás que sos vos, siendo lo que te veo ser.
No podés mentirme, porque si te toco entiendo todas las grietas,
esas grietas, que me desmayan, pero que hacen florecer tu corazón.
Tu grietas de destrucción, tus canciones de vida.
Pero estaba Alma entremedio, y entonces, se volvía un favorito.
Como siempre, yo queriendo meterle verbos y sustantivos, y vos, adjetiva, hermosamente,
dijiste como en un tango, como en un rocanrol algunas palabras para siempre...
"... Ese abrazo me regaló tu tacto, me enseñó tu piel,
me entibió los músculos, me acarició el corazón,
me gustó, me sedujo, me intrigó, me tentó...
Pero pude resistir las ganas de probar tu boca;
cuando recordé que tengo mucho tiempo que recuperar
y hacer las cosas bien ha de ser una forma.
Pero cuanto me atrajo a vos ese todoo de ese día...
Ahora está la duda, ahora es más difícil contenerse...
Ahora, hay que ser más fuerte..."
Después de la Navidad, del lechón de hambre infinito, de comer como bestias,
de abrazarnos como hermanos multiplicados ignorándonos en la fe pura de lo que proviene,
en la poesía mística de ser quien uno es en la experiencia concreta de aparentarse,
y ocupar de este modo los lugares de los que se quedan dormidos,
para llegar primero y besarte, para siempre, para que escribas,
para que seas para mí porque fuiste para vos...
Y para que la señal de alto te convenza,
de que no hay que frenar sino hay que volar lejos,
para que te sumerjas, para que me inmoles,
para que me convenzas, y entonces,
entre crujir y amanecer,
me encuentres acariciando tu ombligo de siempre...
Tu boca de siempre.
Tu estabilidad de pluma.
Tu regalo.
Y claro.
Tomando primero mi café.
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