Vengo comiéndome los restos de mi hermano por la espalda,
puedo comérmelo sin verle la cara,
puedo arrancar su carne muerta y masticarla,
sin sentir apenas pena por ser parasitario.
Puedo entonces matarles de frente,
aniquilando la vida, cegándoles del sol, las nubes, los cuentos,
puedo limpiarme la quijada ensangrentada sin pensar
que me ha dado un segundo asco, al menos, rabia
puedo ser uno más de este sistema,
viéndolo todo como lo tengo que ver,
para lo cual fuimos preparados por el mundo
sólo yo y nadie más que yo
en mí está la respuesta, la fuerza, que me invita a comerme sus entrañas.
Puedo pisar la cabeza del que tuve al lado,
no permitiendo ser tocado porque ataque desde el aire,
con el odio como escudo de una cobardía solemne,
al menos, sin hipocresía.
Vivir un día de mi vida de verdad y en la verdad,
sabiendo con certeza que mañana será mentira.
Al tomar las manos que de peso muerto han espesado su sangre,
cortar sus dedos con ánimo apagado,
mientras en la encía se coagulará tu mana
sin pensar que haya una culpa más grande,
olvidando que lo conocí y reímos juntos,
sin traicionarle ni traicionarme
en un domingo de carne sacrificada.
Comerme también su cerebro para que en mi estómago me duela el pensamiento,
la oscuridad de este pasillo en donde las personas se lastiman a sí mismas
fingiendo parecer más fuertes, muertos todos en el resplandor de un hongo,
y sobrevivir, apenas, excretando los ideales del pueblo
cansado de mendigar el pan propio que me correspondía por haber nacido
no eligiendo de una vez y para siempre,
ser un caníbal como lo fueron mis padres,
ser un caníbal como mis hermanos...
¿Ellos no te comerían de morir primero...?
Pinto la pared del mundo para que el silencio se haga carne dentro mío
encajada la realidad en un banco de arena que se agrieta,
haciéndonos entrar en esta dimensión desconocida
donde la vida es la muerte del imperialismo
y la muerte es la imperial posibilidad de la vida.
Estoy vivo dando cuenta que no cambió la forma de la vida humana,
que acaso las buenas ideas del Universo, o Su Creador,
han colapsado y el mantenimiento es que nadie quiera enfrentarse a la verdad,
como si la opción fuera la primera manera de cambiarte el nombre,
antes que te llamabas de una forma, y a ese nombre, respondías.
Hoy que no sé quién sos, como no me importó saberlo,
de nuevo, te comería.
Sin sentir por un momento desagrado, ni al menos empatía,
darlo entonces como una cuestión de vida misma,
en la que si yo no logro ser yo, nadie me devolverá un día de mi vida,
y si no lucho, porque me lastimó un sentimiento pasado,
me queda aún conocerme desde un motivo más grande todavía.
No voy a encontrar comiéndome los ojos del al lado
la visión que no mirarán mis ojos de mi vista,
no entenderé que comerme al prójimo sigue siendo malo,
mientras no pueda disociarse mí caníbal.
No podrás fingir cuando terminen las líneas el no saber de qué te que hablo,
habrás conocido al Buen Dios un rato largo después de conocer al mal diablo,
y si hay un mal hay un bien, como habrá un cero y un cien,
pero debería tener mi libro listo esta mañana,
o tener un bajo que suene como gritará mi alma,
masticando tu carne desgarrándole
lo que le quede de risa y canción.
Porque cuando un hombre no entiende de qué reírse,
se supera la idea de vivir, desapareciendo
en la idea de morirse.
Hay que poner la otra mejilla siempre.
Aunque el cuello de mi amarga cucaracha haya sido
un espanto destartalado
debajo de mi zapatilla.
Mirada de cucaracha a través de la familia.
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