Podría despertarme y pedirle agua a la agonía de la sed que es tuya,
queriendo, por ejemplo que emergas de por entre donde no veo,
para que ver, se aproxime a los milagros, por tanto, los milagros,
que existen, vienen a confirmar esta mañana que yo creo.
Pero en qué creo, en las manos tibias, en las espaldas sudorosas,
en el amor combinado como obsequio de un pasado que nos vino,
a entre otras cosas, confirmar que no hay pucho que el destino no se fume,
que lo que debe ser será, como si no pudiesemos eludir lo designado.
Quiero contarte por ejemplo, que esto no es un soneto, ni una cuarteta,
ni apenas un decálogo de buenos días con besos para vos, para el café,
[mal que me pese me cuesta asumir que no te podés despertar conmigo...]
con la experiencia sútil de quien no vuelca una gota de agua demás,
porque no le falta nada, pero en Dios, no derrochar.
Porque volcás la mano suave hacia la dirección, porque doy vueltas sobre tus manos,
como si estuviese superando un monte claro, cortado por ríos serpenteantes,
[¿vos viste detenerse a un cóndor por los aires, para elegir el objetivo...?]
de un valle que la mano de Dios habrá pintado como nuevo,
para confirmarte, que hasta donde se ha perdido todo, igual yo creo.
Para ayudarte, no a alivianarte las cargas, porque no seré mientras me toque buey de nadie,
sí, con las maletas que el olvidarnos deje en formas de palabras que lastimen, como sentidos,
parecidos a emociones, tan parecido es. Tan parecido.
Que creer es un delito de ambición, cuando uno no ha certificado aún que se ha vivido.
Entonces, tu mano, se vuelve a posar, y la noche y la mañana siguiente se ha vuelto prosa,
el invierno, con el infierno inclusivo de las almas, se ha vuelto una magnífica y fantástica primavera.
Posada así suave y tierna, y sin nervios, y sin problemas, y sin calumnias, sin verso,
como el aura celestial que me invadía, mientras todo lo que sé se ha tornado en mariposas.
Llegá justo el día que tengas que matarme todos los pájaros, no tardes,
porque la muerte va a invadir el valle, tarde o temprano. Ese día no te tardes.
Porque voy a seguir creyendo hasta la última gota de lluvia, hasta la última nube,
porque en tus manos de luna, y en tus ojos, y en la boca,
[aunque bien podría haber elegido otro barrio*]
Hasta en las amígdalas tengo ganas de verte, hasta en los juglares del tiempo,
hasta en el paravalancha, hasta en la biblioteca, hasta en el camino,
hasta en la playa, hasta en las estructuras, que no quiero intervenir, ni ser dominio,
hasta en los estertores, llegá temprano, no tardes, porque no he venido a vender nada que no tengo,
porque todo y nada en este sinfín de volver a creer me da lo mismo...
Porque no te quiero ver con cara de punto final, pero hasta el más grande Sabina,
teme a las balas de juguete que nos matan, y puede congelarse en los puntos suspensivos,
porque encontré en tu cintura el canal que me hizo escribir todo esto,
pero no demores, sos fantástica. Porque mientras vos tardas, yo todavía te creo.
Y si uno cree y espera.
Suceda lo que suceda,
Dios nos va a confirmar,
que no sólo es que exista,
o no exista mi problema,
sino que cumpla con acción,
el verbo ingrato, y todavía no me bañé,
ni saqué el fato,
que supone trasquilarme después tuyo,
cuando ni toda la cabeza te alcanza,
para entender que estuve siempre,
tan sencillo como un vidrio,
que transparente y por delante no vistes.
Y claro. Mucho menos que Dios, pero que estuvo.
Quiero dormir para que tu voz me confirme que existo la mañana siguiente.
Me partiste la cabeza. Así nomás. Toda rota.
Toda.
Terceras veces.
Agosto agotado 2010
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